En una entrevista Amos Oz dijo que si tuviera que resumir en una palabra de qué trata su obra diría: familias, y si tuviera que resumirla en dos, diría: familias desgraciadas, y Escenas de la vida rural no escapa a esa definición.
A la manera de Sherwood Anderson en Winesberg, Ohio, Amos Oz compone la historia del centenario pueblo de Tel Ilán a través de ocho relatos. Cada relato toma a un habitante del pueblo como personaje principal mientras que otros personajes con los que este se cruza, luego serán el personaje principal de otro cuento.
La actividad rural se ha ido abandonando y cada vez son más las casas que se venden a gente de otros lugares que las compran para pasar fines de semana o vacaciones y quedan vacías. «Dentro de poco el pueblo dejará de ser un pueblo y se convertirá en un lugar de veraneo», piensa Yossi, el de la inmobiliaria. Ahora, el mayor movimiento se produce los sábados cuando llega gente en autos a comprar miel o aceitunas. El tiempo pasa y los viejos habitantes de Tel Ilán continúan su vida rutinaria y esperan, quizás, que la casa se caiga a pedazos sobre sus cabezas y ya no quede otra posibilidad más que abandonar su vida y partir.
En “Excavan”, Rahel, una viuda de cuarenta y cinco años vive con un padre colérico y senil. Hasta cuándo seguiré atrapada aquí, piensa Rahel, malgastando mi vida entre alumnos que bostezan y mi padre. En “Extraños”, Kobby, un adolescente enamorado de una mujer que lo dobla en edad, intenta acercarse a ella. En “Parientes”, Gili, una médica soltera, espera que su sobrino llegue en autobús, pero el chico no aparece. En “Esperan”, Nava le envía una extraña nota a su marido, el alcalde. En “Cantan”, los personajes de varios cuentos se reúnen a cantar en la casa de un matrimonio que cuatro años atrás perdió a su hijo.
En una segunda lectura —que siempre es tan necesaria para ver con más claridad la unidad del libro—, comenzamos a atar cabos y nos damos cuenta que el Abraham que baja del autobús en “Parientes” y le dice a Gili que no vio a su sobrino, que no se fijó en nadie porque estaba inmerso en sus pensamientos, es el mismo Abraham que en “Cantan” le dice a un amigo que desde hace mucho tiempo no puede pensar en nada, en nada de nada, solo en su hijo muerto. Nos damos cuenta, también, que el Yossi que termina en el sótano con la hija del famoso escritor en «Perdidos», es el mismo que en “Cantan” le confía a un amigo que le han encontrado un tumor a su mujer. Y así, al leerlo por segunda vez, vamos descubriendo datos o claves de unos cuentos en otros y todo se resignifica.
Y aunque la redacción es clara, abundan las situaciones extrañas, inquietantes y a veces inexplicables. Queda en evidencia que el conocimiento que tenemos de los demás es muy limitado y que hay un profundo misterio encerrado en cada persona. Los matrimonios no funcionan, el dolor se calla y la angustia aumenta en la soledad de la mente que se encierra en sí misma.
Amos Oz es un sensible observador de la vida. El narrador, en estos cuentos, pasa de un personaje a otro, y nos revela perspectivas diferentes. Nos sitúa en la mente de cada uno y asistimos así a sus elucubraciones, a sus estados emocionales. Según Amos Oz decía, él escribía muy lento, porque lo que construía a la mañana, lo destruía por la tarde, pero ese trabajo de hormiga se traduce en párrafos perfectos y el hallazgo de la palabra precisa. La escritura es fluida y reposada al mismo tiempo. Amos Oz indaga en los pensamientos mezquinos de sus personajes, en los miedos, en las distintas reacciones ante la pérdida o el abandono; se adentra en la vejez: el declive físico y mental.
El mundo de Amos Oz es melancólico, doloroso, pero de una gran belleza estética que su traductora al español, durante más de veinte años, Raquel García Lozano, ha sabido transmitir con gran acierto. Tras su muerte ella escribió:
Amos Oz cuidaba al detalle sus textos, tanto es así que, cuando estaba traduciendo Judas, la que posiblemente él sabía que sería su última novela, me envió el libro repleto de anotaciones, para que, también en castellano, alcanzase la máxima precisión, e incluso me dibujó un plano de la casa donde vivían los protagonistas de la novela, un plano donde se detallaba hasta un pequeño escalón que estaba roto en la entrada. Así trabajaba Amos Oz y así he trabajado yo, esforzándome en no simplificar nunca sus textos, en ser siempre fiel a la complejidad de unas obras que requieren un esfuerzo intelectual también al ser leídas, porque la literatura de Amos Oz, como toda la gran literatura hebrea moderna, le está diciendo siempre al lector, en palabras de Brenner: “Si tu mejor intención es llevarte el libro al sofá en donde te sientas después de cenar u hojearlo por la tarde cuando vuelvas de la tienda para distraerte un poco, no, no, no lo toques, porque te herirá, te herirá hasta la muerte”.
Amos Oz nació en Jerusalén en 1939 y falleció a los setenta y nueve años, a fines de 2018. Es probablemente el escritor israelí contemporáneo más famoso. Ha recibido importantes premios de muchos países. Amos Oz escribió una buena cantidad de novelas; entre ellas Mi querido Mijael (1968), Una pantera en el sótano (1994), Judas (2014); también cuentos, ensayos, un libro de poesía y una extraordinaria autobiografía Una historia de amor y oscuridad (2002) en la que cuenta sobre su infancia, su familia, la depresión de su madre, las dificultades de sus padres para adaptarse a la vida en Israel, la convivencia con los árabes. La historia fue llevada al cine en el 2015.
En su literatura, Amos Oz cuenta la vida cotidiana de las personas y de la sociedad israelí, pero sus ensayos son mayormente políticos, sobre la situación de Israel y Palestina, que siempre lo mantuvo preocupado y en busca de una solución pacífica. Despreciaba el fundamentalismo y abogaba por la existencia de dos Estados. En 1978 fundó el movimiento Shalom Ajsdhav (Paz ahora).
También publicó un ensayo sobre literatura: La historia comienza (1996), en la que propone «un curso de lectura lenta» y analiza a través de diez ensayos el comienzo de diez obras (novelas y cuentos), enseñando al lector a estar atento en esas primeras páginas para entender el tipo de pacto de lectura que el texto propone.