Sobre las dificultades de la lectura

Quién no se ha frustrado cuando al empezar a leer un libro, y tras unas pocas páginas, vemos como si un muro infranqueable se levantara ante nosotros. Peor todavía, cuando los intentos se repiten y llegados siempre al mismo punto nos es imposible avanzar. Hay libros que parecen montañas, ascendemos de a poco, sorteando obstáculos de todo tipo; nos vamos quedando sin oxígeno y al fin claudicamos. Pero leer es un aprendizaje. Se requiere de paciencia, y fundamentalmente de paciencia con uno mismo, porque las dificultades son reales, son muchas y de distintas clases. 

Probablemente la dificultad más común sea el contexto. Qué entenderíamos si nos despertáramos una mañana en un país del otro lado del mundo, un  lugar donde hablaran español, pero del que no  conociéramos su cultura, ni su historia, ni su forma de gobierno, ni su religión, ni sus ídolos, ni las cosas que aman o que odian y mucho menos lo que los hace reír o llorar. No es solo el idioma lo que posibilita el entendimiento. En el lenguaje, hablado o escrito,  surgen ambigüedades, quedan espacios vacíos, y no somos conscientes de ellos: nos parecen evidentes y los damos por descontados, aunque en realidad solo  los hablantes que comparten una misma cultura y un mismo tiempo cronológico son capaces de llenar de manera adecuada esos vacíos. Y lo comprobamos cada vez que leemos textos de otras culturas y otros tiempos.

Si nuestro contexto es otro, es fundamental saber cómo era el mundo en que vivía el autor de ese texto. Desde qué lugar, desde qué perspectiva está contando lo que cuenta. Si leemos Madame Bovary, por ejemplo, con la creencia de que es una novela romántica, vamos a malinterpretar toda la novela. Se nos escapará la crítica, la ironía, y ¿qué decir del romanticismo? nos desilusionará por completo. Pero claro, Madame Bovary es una novela realista y el realismo surgió como reacción y en contra del romanticismo anterior. Es la desilusión de ese mundo idealizado lo que hace tan duro y muchas veces cínico al realismo. 

Siempre llevamos al acto de lectura nuestra historia y nuestras lecturas previas y eso nos ayuda a descifrar el texto. Las obras dialogan entre sí,  unas se conectan con otras, y cuando eso pasa y lo advertimos, el texto se enriquece, aparecen sentidos nuevos, se ensancha el mundo. Cada nueva lectura nos posiciona mejor frente a la que sigue. Por el contrario, si no leímos esas obras, no podemos reconocer la intertextualidad, ni su significado, y pasaremos por encima de esas referencias sin enterarnos de nada. 

Hay pensamientos complejos que no pueden simplificarse sin perder en parte su sentido, y en ese caso, el esfuerzo vale la pena. Cuando finalmente llegamos, aunque sea a los tumbos, a captar ese sentido que se nos escapa un poco, pero que cada tanto asoma y del que nos aferramos como podemos, uno lo siente como una conquista. Y a veces hay frases que no terminamos de entender pero que nos transportan a un lugar misterioso, o nos disparan imágenes o pensamientos nuevos y eso también vale la pena. 

A veces, un libro se nos resiste porque no es el momento y a veces porque nos falta experiencia. Hay libros que no son para leer a los veinte años, pero a los cincuenta nos fascinan. ¿Cómo saberlo? Quizás ese libro que se me niega hoy, me maraville en unos años. Nadie puede leer en un texto más de lo que sabe, dice María Teresa Andruetto. Nadie puede ver en un texto más de lo que está listo para ver. Pero también sucede que al releer hoy un libro que disfrutamos años atrás, descubrimos que ya no nos interesa. Ya no encontramos lo que antes vimos. Por eso y  porque ya me pasó tantas veces, nunca soy terminante con mi opinión sobre los libros. 

Vladimir Nabokov le decía  a sus alumnos en la universidad que al abordar la lectura de una novela hay que abocarse a estudiar ese mundo nuevo con la mayor atención, como si no tuviera ninguna conexión con los mundos que ya conocemos. Creo que es una muy buena indicación de lectura. Y su segundo consejo era «releer». Cuando vamos a un lugar nuevo, desconocido, nos preocupa tanto no perdernos y llegar al lugar correcto, que apenas si podemos apreciar el paisaje. Ir por segunda vez es completamente diferente. La ansiedad desaparece y podemos mirar, con toda confianza, a los lados y descubrir en toda su magnitud la belleza del camino. Lo mismo pasa al releer un libro. En una segunda lectura nos sentimos más cómodos, tranquilos, podemos explorar las sutilezas, las ambigüedades, las ironías; y cuando el libro es bueno, no dejamos de asombrarnos por todo lo que ahora vemos y antes nos habíamos perdido.

1 comentario

  1. Mimi Puppp

    Me puso justo frente a mis dificiltades y a mis experiencias…
    Muy interesante

    Le gusta a 1 persona

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