Sí y no. Aunque todo libro sea único e inmutable, cada lectura es diferente. Incluso la de una misma persona puede cambiar en distintos momentos. El texto se ve alterado en la lectura por nuestro estado anímico, nuestra edad, la época en la que vivimos, nuestras circunstancias de vida. Y tanto depende de nosotros la lectura, que un mismo texto puede parecernos tedioso hoy, y fascinante mañana. Leemos nuevamente el texto y, ahora, nos parece otro. Pero somos nosotros los que cambiamos y a partir de las mismas palabras, imaginamos cosas diferentes, se nos disparan nuevos pensamientos, nuevas reflexiones.
El texto de ficción es indeterminado, por naturaleza. Un texto no puede decirlo todo de un personaje, pero el lector se arregla con dos o tres rasgos para imaginárselo. Por eso, cuando leemos nos convertimos, en cierta forma, en co-autores del texto, porque llenamos esos espacios vacíos con imágenes, imágenes mentales propias que son difusas y cambiantes y que vamos reacomodando a medida que leemos y sabemos más de los personajes y de la historia.
Es esa indeterminación del texto lo que pone en marcha nuestra imaginación. Cuánto más se calla el escritor, más creatividad exige de nuestra parte, y es de ese proceso creador que obtenemos la mayor satisfacción. Entonces es evidente que el texto se completa en el que lee, que hay cosas que no están escritas con tinta, pero nos provocan con más fuerza que las palabras. Lo no dicho, sin embargo, se convierte en estímulo solo cuando lo dicho remite a lo que calla.
Por otro lado, cuando leemos un texto, nuestras lecturas previas dialogan con él en nuestra conciencia y así el texto se expande y adquiere nuevas significaciones. A la luz de La odisea, por ejemplo, nuestra lectura del Ulises de Joyce se amplía, ya que la epopeya heroica de La Odisea se incorpora, se mezcla con la vida ordinaria del Dublín provincial de principios del siglo pasado. Es por eso que cuanto más leemos y a medida que sabemos más del mundo, nuestras lecturas son más ricas. Nadie puede ver en un texto más de lo que está preparado para ver.
La multiplicidad de lecturas posibles se evidencia cuando vemos un film basado en un libro. Casi nunca nos conforma. Lo que habíamos imaginado era más interesante, el personaje tenía más carácter, ella era más graciosa. Y es que la percepción óptica tiene mayor determinación que las imágenes mentales y es justamente esa concreción lo decepcionante y lo que se siente como un empobrecimiento. Porque cuando leemos, cada nueva faceta nos lleva a modificar la imagen que teníamos del personaje o de la escena. El movimiento dialéctico es permanente. Mientras leemos recordamos lo ya leído y creamos expectativas que a medida que leemos vamos modificando, ya sea porque el texto las frustra o porque aparece algo nuevo que nos genera una nueva expectativa. Es la no concreción lo que nos habilita a crear nuestras propias imágenes, y a co-crear un mundo muy personal. Y ese es, para mí, el mayor encanto de la lectura.
Escribí este artículo basándome en los conceptos de «La teoría de la recepción» de Hans Robert Jauss y Wolfgang Iser.