Pablo Ingberg: un clásico

Ver la lista de libros traducidos por Pablo Ingberg es impactante. Desde obras de Safo, Sófocles, Aristófanes, Seudo Homero del griego; Virgilio del latín; unas veinte obras de teatro de Shakespeare y también clásicos modernos de Virginia Woolf, James Joyce, Conrad, Kipling, Poe, Melville, Fitzgerald, Saki, Whitman … la lista es interminable. También traduce del italiano: Camus debe morir, de Giovanni Catelli fue su última traducción publicada a fines del año pasado y  en este momento está traduciendo un libro de Alberto Nessi, un suizo del cantón italiano, Premio Nacional Suizo de Literatura 2016.

Pablo me recibe en su estudio. A sus espaldas hay una enorme biblioteca llena de libros de pared a pared y del piso hasta el techo.  Me cuenta que desde niño ya era muy lector, pero comenzó a leer mucho más cuando a partir de los veinte empezó a escribir y a publicar poemas, y  mucho después, también una novela. Le gustaba leer, pero lo hacía de una manera algo caótica; entonces pensó que lo mejor sería empezar por el principio y en literatura eso significaba: Grecia y Roma, y así fue que a los veintiocho años se anotó en la facultad de letras con la idea de estudiar algo de griego y de latín, y de a poco ese mundo lo capturó y terminó haciendo todos los niveles de idiomas y la carrera completa de letras.

¿Y entonces cómo fue que empezaste a traducir?

Yo escribía poemas y creo que una vez alguien me dijo que Cortázar, si mal no recuerdo, había dicho que la traducción era un buen ejercicio de escritura, y un poco por eso y porque un día apareció una traducción que no me gustó de La tierra baldía, de Eliot, me puse a profundizar y a tratar de hacer mi propia traducción. A los veintidós años me había recibido de Contador y trabajaba en el Banco Central, pero no me sentía bien con eso, así que decidí irme con un retiro voluntario y entonces terminé la carrera de letras.

En la facultad griego antiguo y latín se estudian traduciendo, así que ahí había cierta práctica permanente. Hice algunas traducciones de poemas que se publicaron en revistas y en el ’97, cuando ya había terminado Letras, un editor amigo me propuso traducir una antología de la poesía de Safo. Ese fue el primer libro que traduje. Después otro amigo me conectó con Losada y ahí me ofrecieron traducir Edipo rey y Antígona. Como en Losada tenían la idea de traducir todo Shakespeare por escritores, después seguí con La tempestad, que ganó el Premio Teatro del Mundo a la traducción. Por ese entonces Losada me convocó a seguir traduciendo Shakespeare, y en el 2003, cuando volvió a ser rentable editar libros en el país, Losada quiso seguir con los griegos y latinos y terminé dirigiendo una colección.

El estudio del griego antiguo me abrió la cabeza, es la lengua que más me gustó estudiar; porque es una lengua muy plástica, muy elástica, con muchas posibilidades de formación de palabras y construcciones muy peculiares. Me resultó fascinante. El latín me gustó menos, pero tiene algunas construcciones morfológicas que en castellano están fosilizadas y no las vemos, en cambio en latín son muy claras, y eso me gustó mucho. Pero, finalmente, con el tiempo empecé a pasarme a la traducción del inglés, porque la traducción del griego y del latín es económicamente insostenible.

¿Y eso por qué?

Porque la traducción del griego lleva cinco veces más tiempo, y me quedo corto, y nadie puede pagarte el quíntuple por ese trabajo. Hablar del griego antiguo, significa hablar de siglos de recorrido de una lengua: los poemas homéricos, escritos supongamos unos nueve siglos a.c.,  mezclan diferentes dialectos más que nada con base jónica; Safo y Alceo, poetas líricos, escriben en dialecto eolio; por otro lado está el griego clásico del siglo de oro de Pericles, siglo V, que es el de Platón o el de Sófocles, que usaba ese dialecto para los diálogos, pero los coros los escribía en el dialecto dórico que era el que se usaba para la lírica coral; después vienen los alejandrinos, de la época helenista, siglo III a.c. En fin, entonces, a los dialectos tenés que agregarle el paso de los siglos. Por ejemplo, tenés la palabra sôma que en Homero quiere de decir cuerpo sin vida, pero en la época de Platón quiere decir cuerpo, solamente. No es lo mismo el cuerpo de un cadáver que el cuerpo de una persona viva, entonces resulta que siempre tenés que ir al diccionario, y cuando buscás la palabra sôma, la entrada es larguísima porque te explica  lo que significaba en cada época, en cada autor y en cada contexto. Por eso todo lleva mucha investigación.

En el inglés de Shakespeare también. Hay palabras que ya no se usan y no se encuentran en cualquier diccionario y algunas tienen un significado diferente del actual. Así como te contaba que la palabra sôma en el siglo IX quería decir una cosa y en el siglo V otra, en inglés pasa lo mismo. Por ejemplo: la palabra dinner actualmente se traduce como «cena», pero en realidad quiere decir la comida más importante del día. Hoy la comida más importante es la cena, pero en la época de Shakespeare era el almuerzo. Por eso, en general yo la traduzco simplemente como «comida». Otro ejemplo, la palabra host hoy se usa con el sentido de anfitrión, pero también quiere decir huestes, y yo he visto en alguna traducción de Shakespeare que aparece traducida como anfitrión, cuando en realidad allí se estaban refiriendo a las huestes enemigas. Y seguramente ese traductor sabía mucho inglés, pero cuando se traduce algo de hace cuatro o cinco siglos hay que tener otro tipo de cuidado.

Volviendo a Cortázar, ¿sentís que la traducción te enseñó a escribir mejor?

Aprendí muchísimo traduciendo a otros autores, pero no sabría decirte cómo se refleja eso en mi escritura. En algún lugar debe de estar ese aprendizaje. Pero no sabría decirte. En este momento, lamentablemente, la situación de la industria editorial está muy complicada. Las editoriales están produciendo mucho menos y por lo tanto también se traduce menos. Por primera vez, desde que empecé a traducir hace veinte años, estoy teniendo baches de trabajo; así que en vez de deprimirme me puse a escribir y a conectarme con cosas que había escrito hace muchos años. Releyéndolas me doy cuenta de que están muy conectadas con lo que escribo hoy. Por eso es muy difícil decir de qué manera algo aparece en otra cosa. Estoy seguro de que por ósmosis algo debe pasar, porque uno está todo el tiempo metido dentro de la escritura de otros autores, pero en realidad a mí me gusta, más que ver las diferencias, encontrar las continuidades. Reconocer la conexión, sentirme presente en eso que escribí hace más de treinta años. Habrá diferencias, pero no sé cuáles son ni me interesa buscarlas. En todo acto creativo tiene que haber una conjunción entre la consciencia del manejo de la parte técnica y una cierta inconsciencia; y a mí me gusta festejar la parte inconsciente, esa caja negra, donde prefiero no meter la mano.

En general la gente no sabe la creatividad que necesita tener un buen traductor. ¿Qué me podés contar sobre eso? 

Bueno, sí, por un lado hoy en día la gente usa mucho los traductores automáticos, pero ya se sabe que no son confiables, porque una misma palabra puede querer decir muchas cosas diferentes y las máquinas todavía no son lo suficientemente vivas como para saber qué significado aplicar. Por ejemplo, «escrituras» pueden ser las escrituras que hacen los escribanos o las Sagradas Escrituras, la Biblia.

Un caso donde es muy necesaria la creatividad es en el juego de palabras. Creo que el libro que más disfruté traducir en mi vida es A través del Espejo, de Lewis Caroll. Es como una segunda parte de Alicia en el país de las maravillas.  Ese libro está lleno de juegos de palabras. Alicia atraviesa el espejo y se encuentra con algo que para mí es la formulación de la literatura, de lo que es el arte: todo está al revés, todo está dado vuelta. Entonces si uno camina en el mundo del revés hacia algo, en realidad se está alejando. ¿Qué es lo que hace la literatura con el lenguaje? Hace que el lenguaje esté trastocado, así llama la atención y adquiere otro relieve.

Entonces, cuando Alicia pasa a través del espejo, sale a un patio y ve unas flores en un cantero que en el medio tiene un sauce. Alicia mira las flores, dice algo y ellas le contestan. Alicia se sorprende y dice: ¡ah! ¡no sabía que las flores hablaban! Y ellas dicen: bueno, cuando nos hablan contestamos. Entonces se ponen a charlar y Alicia les pregunta: ¿y no les da miedo estar acá afuera solas? No, contestan, porque para eso lo tenemos a este, y señalan al sauce. ¿Y él qué puede hacer si aparece un peligro?, pregunta Alicia, y una flor le contesta: He can bark (puede ladrar). Otra flor dice: Wow, bough (que se pronuncia más o menos «guau, bau»), y otra dice: por eso las branches (ramas) se llaman boughs (otra palabra para rama).

Y… cómo traducís eso? Vi otra traducción que decía algo así como: puede llorar, por eso se llama sauce llorón. Pero para mí tenía que ser algo que espantara a un potencial peligro que pudiera acercarse, llorar no funcionaba. Esas cosas te quedan dando vueltas en la cabeza. Entonces, por ahí cuando voy manejando, o estoy duchándome o antes de dormirme, sigo pensando y de repente, esa vez estaba en la cama, me acuerdo, se me ocurrió esto. Alicia dice: ¿y qué puede hacer él si aparece algún peligro? Y la flor contesta: puede tronar ronco, y  otra flor dice: hace tron, tron, por eso el tronco se llama así. En fin, puede haber soluciones mejores o peores, pero lo que es claro es que eso no es traducir una palabra del inglés por una palabra en castellano, hace falta todo un proceso de recreación.

En la novela que estoy traduciendo de Nessi, a veces los personajes de la Suiza italiana usan palabras o expresiones de su dialecto que no aparecen en los diccionarios italianos. Por suerte el autor es macanudo y puedo preguntarle y él me lo aclara. ¿Pero cómo traducirlo? Para traducir esas palabras dialectales voy tendiendo a usar una especie de  dialecto personal, palabras que se usaban en donde yo me crié, en la provincia de Buenos Aires. La traducción presenta todo el tiempo problemas. Las invenciones verbales, por ejemplo, algo que hace mucho Caroll o Joyce. Y yo creo que si el autor inventa palabras uno tiene que inventarlas también.

Leí hace poco tu artículo sobre el libro de ensayos que tradujiste de Joyce, en donde hay muchos errores de lengua. ¿Qué fue lo que hiciste ahí?

Sí, ese libro es una recopilación de ensayos de James Joyce escritos a lo largo de toda su vida, desde que estaba en el colegio, después en la facultad, y también del período en que vivió en Trieste, que fueron once años, y los de esos años están escritos en italiano. En los escritos del colegio y de la facultad hay errores de ortografía que la edición inglesa decidió conservar. Pero los errores que Joyce tenía en los textos italianos (lógicamente Joyce cometía errores en italiano) los corrigieron al traducirlos al inglés. A mí me pareció que eso no era coherente, porque si se conservaban los cometidos en inglés, también debían aparecer los errores del italiano, y en la traducción que hice y publicó Eterna Cadencia decidí marcar también esos errores. Entonces los recreé en la traducción y en el prólogo los sistematicé por tipos de errores para dar una idea general, y luego en el libro en sí puse notas solo algunas veces. Un caso: para un inglés es muy típico equivocarse con el género de los adjetivos, tanto en italiano como en castellano, porque en inglés los adjetivos no declinan por género. Entonces en esos casos en castellano yo hice lo mismo, por ejemplo traduje, la libertà moderno por «la libertad moderno».

¿Alguna vez te encontraste con algo que por principios o por tu ética personal te fuera difícil traducir?

En realidad no. Quizás porque muchos de los libros que traduje los propuse yo, y de los que me propusieron no acepté todos. Por ejemplo, tengo una especie de «tara congénita» o resistencia con lo fantástico o con la ciencia ficción. No hago proselitismo, no es en principio una elección estética. Ponele que es una neurosis, no me puedo conectar con eso. Una vez me ofrecieron Otra vuelta de tuerca de Henry James, y dije que no. También me propusieron Orlando, de Virginia Wolf, y tampoco quise. Eso de que un hombre se transforme en mujer de forma sobrenatural no es para mí. Si me das una historia en que un hombre quiere operarse para cambiarse de sexo, eso podría interesarme, pero no me conecto ni con lo muy fantástico, ni con el terror, ni con la ciencia ficción, nada de eso. Hace poco hice una excepción con Una canción de Navidad de Dickens, porque es humorístico, y debe ser lo único que traduje en donde hay fantasmas. Ah, claro, además de Hamlet, pero eso es otra cosa, ¿no?

En fin, tampoco hay que tomarme demasiado al pie de la letra, el mundo y el lenguaje son ricos en complejidades. Como dice Whitman: «¿Me contradigo? Pues bien, me contradigo». Tengo un libro de poemas infantiles que se llama El fantasma con asma y sus personajes son todos seres fantásticos venidos a menos: un fantasma con asma, un dragón sin fuego, una ogra que vive resbalando y cayéndose. Y A través del Espejo, el libro que más me gustó traducir, es a su modo fantástico.

¿Qué autores te interesan más, de los que tradujiste?

Lo que más me interesa es esa línea de Shakespeare-Lewis Caroll- Joyce, por el tema de la creación verbal y el sentido del humor, con eso me conecto mucho. Aristófanes, por ejemplo, es un genio de la invención lingüística, hacía cosas muy interesantes, está en el origen de la misma línea. También me interesa la relación entre el movimiento de la escritura y el movimiento de las palabras en la mente que Virginia Woolf trabajó de una manera extraordinaria. Con eso me sentí muy a gusto.

¿Y qué te gustaría traducir, ahora?

Me encantaría traducir Ulises de Joyce, pero tendría que disponer de dos años de dedicación exclusiva y eso es impagable. Ninguna editorial puede hacerlo, salvo que uno tenga una beca especial o algo así. También me quedé con ganas de traducir Rey Lear, de Shakespeare y me gustaría traducir más poesía, pero lleva más tiempo y no se paga acorde, porque por otro lado se vende menos, con lo cual hay menos posibilidades de que te paguen más. Ahora está por salir la poesía completa de Joyce que pude traducir gracias a un par de becas.

¿Y de autores contemporáneos?

Me encantaría traducir a Carlo Emilio Gadda. Voy a ver si puedo traducir algún ensayo de él. Para sus novelas necesitaría más tránsito por la traducción del italiano, porque la narrativa de Gadda es muy compleja, hace mucho uso de dialectos y tiene mucha invención lingüística. Todo lo que a mí me interesa.

 

 

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