La creación de un mundo

Gustave Flaubert publicó Madame Bovary en 1856. Solo habían pasado seis años desde la muerte de Balzac; y aunque este sea una de las influencias literarias de Flaubert y La comedia humana sea una obra monumental, el salto entre la escritura de uno y otro es formidable. Ambos son realistas, pero mientras que Balzac escribía a toda velocidad —hasta tres o cuatro novelas al año—, Flaubert escribió Madame Bovary en cuatro años y medio. Y no es porque Flaubert trabajara menos, sino porque inaugura un trabajo con la forma, un cuidado con el estilo que va a cambiar por completo la escritura. A partir de entonces los buenos novelistas ya no serían solo los que tuvieran imaginación para crear buenas historias sino los que también supieran cómo contarlas, haciendo uso de técnicas narrativas, trabajando la lengua, buscando la palabra. Por eso algunos señalan a Flaubert como el iniciador de la novela contemporánea.

Para Nabokov, Madame Bovary es «un poema en prosa». Flaubert es un sibarita del lenguaje. Para él la frase solo está lograda cuando es musicalmente perfecta. Si cuando la lee en voz alta no suena de manera envolvente, si no tiene melodía, entonces las palabras no son las correctas y la idea no está bien expresada. Y si las ideas no derivan unas de otras y si la transición entre las situaciones, entre los estados de ánimo, entre los puntos de vista no son un flujo constante, no se conforma. Así, con ese nivel de perfeccionismo, la novela avanza con lentitud. Pero si bien Flaubert es famoso por su estilo y su búsqueda obstinada de la palabra justa, no es menor el cuidado que pone en la historia, en el desarrollo del argumento, y a su servicio pone toda su creatividad. Es con ese objetivo, el de expresar mejor sus ideas, que hace innovaciones técnicas y comienza un uso no tradicional de la gramática.

La novela comienza en el momento en que Charles Bovary ingresa al colegio, continúa con sus años de mal estudiante, hasta convertirse en un oficial de la salud (un médico de segundo orden que solo puede ejercer en provincia). Trabajando en un pequeño pueblo conoce a Emma, con la que se casa luego de haber enviudado de su primera esposa. Emma es joven y tiene una visión idealizada del amor: lee demasiadas novelas románticas; pero la realidad, claro, es muy diferente. Al poco tiempo se aburre: todo en su mediocre marido la irrita. Ella quiere mucho más de la vida. Emma es rebelde, manipuladora, mentirosa y a la vez es inocente y cursi. Así como miente y engaña al pobre Charles, ella también será víctima del engaño de los otros. Ella quiere vivir un gran amor y experimentar los lujos del dinero que no tiene y así infringe una a una las reglas de la sociedad, hasta que llega a una situación límite.

Pero Madame Bovary es mucho más que la historia de Emma. Flaubert quería escribir sobre personas comunes: sobre la gente de provincia con sus ideas retrógradas, su apego a las normas, su hipocresía y sus miserias. Así aparecen Monsieur Homais, el farmacéutico pretencioso y simulador; Monsieur Lheureux, el comerciante oportunista, León, el estudiante tímido y enamorado, Rodolphe, el aristócrata seductor y el abate Bournisien, el hombre de la Iglesia, tan ajeno a las preocupaciones del espíritu. Flaubert creía que la mediocridad representaba mejor al ser humano que los héroes de la novela romántica y por eso se dice que Flaubert funda una nueva novela al introducir la figura del antihéroe.

Flaubert creó en Madame Bovary un mundo ficcional con leyes propias. Un mundo binario donde siempre encontramos el opuesto. Aunque se la considera una novela realista, las ilusiones que los personajes mantienen en su intimidad crean un elemento romántico; y de esa confrontación entre realidad e ilusiones surge la ironía, presente en toda la novela.

Hay tanto que uno intuye en la primera lectura pero no alcanza todavía a ver con claridad; tanto por descubrir, que uno con fascinación piensa: sí, es por esto que Madame Bovary es un clásico. Porque como decía Italo Calvino: un clásico nunca termina de decir lo que tiene para decir. Prueba de eso es la innumerable cantidad de ensayos y estudios que hay sobre Madame Bovary. Y aquí es donde entra el fenomenal ensayo que Vargas LLosa escribió en 1975.

En 1959, Vargas Llosa llega a París con la promesa de una beca y lo primero que hace es comprar la novela. Su deslumbramiento es instantáneo. Poco después se compra los trece tomos de la correspondencia de Flaubert, que asegura es la mejor compañía para un escritor joven que se inicia. En las cartas a su amante y a sus amigos, Flaubert deja por escrito sus ideas y reflexiones sobre la escritura y los problemas que va sorteando en sus novelas.

En La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary, Vargas Llosa hace un análisis exhaustivo del argumento, de la forma de la novela, del estilo de Flaubert, de sus innovaciones, de sus técnicas narrativas. Advertencia: no es una lectura fácil. Vargas Llosa cita párrafos enteros de las cartas y de la novela en francés; sí, en francés, ¡irritante!, pero existe una razón para ello y es que analizar el estilo de Flaubert sobre una traducción sería dificultoso, ya que la traducción puede no reflejar las características de la lengua que él quiere señalar; sin embargo, en el análisis de la cita, incluso sin saber el idioma, el punto se aclara. Vargas Llosa pone la lupa sobre las mudas imperceptibles del narrador, sobre el uso del indirecto libre — innovación de Flaubert— y el particular manejo del tiempo que hace a través de un uso no convencional de los tiempos verbales. Señala la actitud igualadora hacia las cosas y el hombre, y el mundo dual de la novela. En resumen, el ensayo de Vargas Llosa es un curso de lectura completo. Una lección magistral de cómo hay que leer un libro, que sobre todo apreciarán los escritores o quienes quieran hacer un estudio crítico de la novela.

La aceptación de Madame Bovary tuvo sus idas y venidas. Muchos críticos la descalificaron porque: ¿dónde estaba la lección moral?, ¿qué personaje se podía rescatar de todo aquello?, sin embargo, esas críticas no desanimaron la lectura y el juicio que se inició al editor por «ultraje a la moral pública, religiosa y a las buenas costumbres» contribuyó a que la novela fuera un éxito de ventas. Los que más la valoraron entonces fueron otros escritores. Mientras la crítica denostaba a Flaubert, Víctor Hugo, el mayor exponente del romanticismo le escribió una carta de felicitaciones. Baudelaire consideró a la novela una obra de arte; Zolá y los naturalistas llamaron a Flaubert «su precursor». Más adelante, durante la primera mitad del siglo XX, los existencialistas lo menospreciaron por considerar que la literatura debía ser un espacio de lucha, y el rechazo de Flaubert por la vida pública , su obsesión por la forma y su desprecio por la política no podía más que repugnarles. Pero en los sesenta se hizo una nueva valoración de Flaubert y sus obras volvieron a leerse con pasión.

Por último, no puedo dejar de resaltar el trabajo de Jorge Fondebrider y recomendar calurosamente esta edición. Para los que no conozcan los entretelones de una traducción de este tipo, el proyecto comenzó con una beca francesa de tres meses en París en donde Fondebrider se documentó sobre aspectos culturales y de la época y tuvo oportunidad de hablar con especialistas en Flaubert. Luego siguieron más de dos años de trabajo minucioso, porque a la traducción del contenido se suma, mucho más que en otros libros, la necesidad de conservar las peculiaridades del estilo de Flaubert, generando una versión que suene en español como una melodía, que envuelva con sensualidad al lector, llevándolo al mismo lugar que Flaubert quiso llevarlo; y creo que Jorge Fondebrider lo ha logrado.


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Gustave Flaubert (1821-1880) dedicó su vida a la escritura. Si bien hizo algunos viajes al extranjero, pasó la mayor parte de su vida encerrado en Croisset, norte de Francia, donde vivía. Tuvo una amante durante años a la que le escribía casi a diario, pero que veía en persona una vez al mes. Entre sus obras más importantes están, además de Madame Bovary, Salambó (1862), La educación sentimental (1869), Tres cuentos (1877), última obra publicada en vida, y Bouvard y Pécuchét (1881) que quedó inconclusa.

Madame Bovary, Gustave Flaubert, trad. Jorge Fondebrider, Ed. Eterna Cadencia, 510 pág.

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